Pretencioso título, pero, así y todo, tratemos de acercarnos, como en una escuela de sensibilidad y compromisos humanos, al alma del personaje, uno de los escritores más influyentes  del siglo XX, premio Nobel, artista de la palabra, fiel batallador de muchas valederas causas políticas. Aquellos marxistas y estalinistas que lo atacaron con saña por sus cuestionamientos a los regímenes comunistas y totalitarios, más bien, por sus respuestas, las de Camus, lo convirtieron en un profeta del humanismo. Nacido en 1913 en Mondovi, Argelia, en ese tiempo colonia de Francia, hijo de madre española, lavandera de ropa, y de padre francés muerto en combate en la primera guerra mundial cuando aún no había cumplido un año; frágil, tísico y  pobrísimo, vivió en permanente don de gratitud: “la pobreza nunca me pareció una desgracia: la luz derramaba sobre ella sus riquezas. Iluminó incluso mis rebeldías”.
Si en un político la vida y la obra nunca podrán separarse, en un artista o en un escritor es posible que disuene la una de la otra sin menoscabo de la segunda. Villon fue un pillo, y al mismo tiempo un gran poeta. De Verlaine y Rimbaud, sus andanzas no son ejemplo para nadie, aunque, no obstante, su poesía, la de ambos, es grandiosa. Caso patético el de Séneca, en el cual su vida contradice su obra; o viceversa. Aquella, su vida pública, no consigue demeritar la autoridad moral de lo que escribió, y esto lo leemos y lo citamos -o sea al mismo Séneca, en sí- con respeto y acatamiento, incluso con consideración a Nerón. En Albert Camus la vida y la escritura se unieron para dar un ejemplo, raro en la literatura universal: la del artista que se abre, se lacera, se ejecuta a sí mismo para enriquecer su obra. Alguien que entra en su propio corazón como en un sagrario, lo expone, lo analiza en el ejercicio de lo que él mismo llamó “un juez penitente” (“me acuso larga y ampliamente”, en “La Caída”); sin vanidades ni poses, auténtico, sincero, como una ofrenda de belleza, no para ejemplarizar, sino para convidarnos a una metafísica de la consolación.
En aquella época, la de los años cincuenta, cuando estaba muy vigente el desafío del comunismo, las polémicas entre los intelectuales de una y de otra posición eran a “muerte”… a “muerte” intelectual. Camus, personaje de izquierda, sin embargo, se apartó del comunismo oficial, el de la Rusia de Stalin. Escribió un largo ensayo, “El Hombre Rebelde”, en el que cuestionó los métodos de esa izquierda, plasmados en la represión, en la guerrilla y en la muerte. Le valió una famosa polémica y la amistad con Sartre, ese falso profeta de la nada; Sartre, comprometido con Stalin y Castro y con sus desafueros; y que hoy ha concluido en la nada; y en muy pocos lectores. En esa polémica de los dos, Sartre fue el derrotado por la posteridad; y Camus el tranquilo vencedor en su profético humanismo.
Considero yo más valederos los homenajes indirectos; llamo así a aquellos que se verifican sin esa intención. Cuando lo soviéticos, con tanques y ametralladoras aplastaron en 1956 el movimiento espontáneo del pueblo húngaro en contra del régimen estalinista, los intelectuales de ese país se dirigieron a sus colegas del mundo (perdón por lo larga de la cita, pues se  trata de un bello y urgente llamamiento), así: “A los poetas, escritores y sabios del mundo entero. Los escritores húngaros se dirigen a vosotros. Escuchad nuestra llamada. Luchamos en las barricadas por la libertad de la patria y por la dignidad humana. Moriremos. En la última hora y en nombre de una nación destrozada, nos dirigimos a vosotros: Camus, Malraux…. Y a tantos otros combatientes del espíritu. Actuad…”Homenaje indirecto: fue Albert Camus el primero en la larga lista de esa mundial, urgente, piadosa y emotiva invocación de esos compañeros, los combatientes del espíritu en peligro.
Como filósofo, al estilo tradicional, no fue de la primera línea. Pero lo que sí refirió fueron las verdades acuciantes del vacilante corazón nuestro, tan necesitado de conocer su propia situación en este mundo. Indagaciones que ayudan a configurar nuestra alma. Poéticamente, además. Igual a lo que reivindicó Novalis, cuando nos invitó a comprendernos a nosotros mismos, lo cual implica también comprender mejor el mundo. “Hacia adentro, que es a donde se dirige el camino misterioso”, escribió el joven Novalis, el enamorado de la oscura noche. Luz para tan necesitados peregrinos. Al final la vida y la obra de Albert Camus se conjugaron rítmicas, coherentes, asistiéndose la una a la otra, para  configurar algo que se recapitula como un combate existencial, lírico y de ejemplar iniciación hacia los vericuetos del misterioso corazón humano.